lunes, 12 de enero de 2009
Testimonio del Obispo
El Obispo se aventuró a peregrinar hasta la capital del imperio, con el pío propósito de dar testimonio sobre los acontecimientos sucedidos en La Villa del Príncipe, ochenta años atrás, cuando sus habitantes, aturdidos ante una racha de muertes naturales, pusieron en duda la fe heredada de sus mayores y se alzaron ariscos contra las doctrinas propagadas por el partido bendito, en el poder.
Para fortuna de los cronistas, la memoria del prelado se encontraba casi sin estrenar, por lo que su testimonio en Washington resultó rico en detalles sobre la epopeya vivida por los villapríncipes, cuando decidieron torcerle el brazo a la autoridad competente, hasta lograr el relevo de ese santo extranjero que por Ley de la República les habían asignado, so pretexto de proteger a sus almas de la influencia impía de masones y liberales.
Conocimos también -en el testimonio del obispo- detalles sobre el levantamiento popular que se desgajó al final, cuando los alzados, demandaron que se consagrara, en reemplazo del santo irlandés, a una santa de las nuestras, más conocida, más patriota, con reputación de milagrosa, nacida del fervor popular.
Al arribar a las instalaciones de la OEA, nuestro personaje se encontró a boca de jarro con los piadosos fieles que acudieron a la presentación. Ahí se aprecian (en la foto que encabeza esta nota) exhibiendo sus trajes domingueros, muy peripuestos y a la moda, reflejando en sus graves rostros la pompa y circunstancia del evento.
El Obispo retornó feliz, al tercer día, reconciliado consigo mismo, porque develó ante la OEA esa historia secreta de la Villa del Príncipe, que pareciera sometida (desde los tiempos del alzamiento profano contra San Barandán) a la condena perpetua del olvido.