lunes, 26 de noviembre de 2007

Viva el Obispo - Fragmento


Qué extraña semana.
El lunes, el viejo Abraham murió. Todo un roble. Último general superviviente de dos guerras civiles y de las seis oleadas de violencia. Con las campanadas del Angelus del mediodía abrió un ojo, oteó el horizonte de su alcoba por encima de la baranda de cobre, enfocó lentamente —como contándolas— una tras otra a sus once hijas que ataviadas de anticipado luto circundaban el lecho a distancia reverencial, y reafirmó que faltaba la número doce, Amanda, la desterrada. De improviso, desenfundó su mano diestra de la sábana, apuntó al grupo haciendo señal impublicable con los dedos, y sentenció soberbio "ahí les dejo su mundo de mierda...". A renglón seguido, expiró con un gruñido. Las mujeres arrancaron al unísono con su agitar de abanicos, sollozos y jaculatorias tratando de asimilar esa mezcla de dolor e insulto, mientras el seseo portador de la noticia serpenteó zaguán afuera para maravillar al pueblo, testigo por primera vez en doce años de una muerte natural.