jueves, 11 de enero de 2007

El Barrio de Abajo:


(Fragmento, Capítulo XII)

En realidad, el “barrio de abajo” era musa para poetas. Pretexto para estudiantes y estudiosos de los temas sociales. Numen para compositores de música vernácula. Cabildo abierto para dirimir confrontaciones políticas. Bolsa de valores para agricultores y ganadores. Templo para los fanáticos criadores de gallos finos. Academia de la vida para jovencitos con el hipo de la sensualidad alebrestada. Cava para catadores de licores legítimos y adulterados. Pretexto para traviesos amantes del físicoculturismo devotos ellos del taconeo, la danza y la coreografía. Santuario para los apostadores. Inspiración de círculos literarios. Casino para jugadores de tute, tresillo, parqués, póker y dominó. Garito para apuestas inconfesables. Café, cantina y billar. Centro de chicanería para criadores de caballos trocheros y pasofinos. Tertuliadero inofensivo. Yunque para ablandar con el martillo de la concupiscencia investigaciones exhaustivas, comisiones de auditoría, y jueces instructores. Fogón para cocinar pasiones y fantasías. Refugio para evasores del servicio militar. Caja menor para el alcalde Cancelada y sus inspectores. Edén para visitantes de la gobernación en comisión oficial. Altar de la incontinencia. Coro mayor de gemidos y suspiros nocturnos. Caja de resonancia para conocer lo que maquina la entretejedura de la burocracia local. Paraíso para pecadores contra el sexto y el noveno. “Peccata minuta” para sexagenarios prostáticos. Estudio fotográfico para cultores del desnudo, como el señor Cortés. Canapé de sicoanalista. Bálsamo para curar heridas del amor. Escenario sicalíptico de malabares del “pithecantropus erectus”. Burdel. Principio vital para los adoradores de la noche. Montepío. Batalla de los sentidos. Quitapesares. Paño de lágrimas.

Sí. El “barrio de abajo” era todo el catálogo anterior... y mil cosas más. Pero sin duda, su función principal era la de operar como generador de ingresos, tanto para aquellas familias de magras economías obligadas a enviar a sus más bellas flores como bailarinas en los “dancings” -para completar con el agitar de sus esqueletos el presupuesto semanal- como oxígeno vital para las siempre estranguladas rentas municipales y los estancos departamentales.