sábado, 13 de enero de 2007

Las hijas del General Abraham Guacaneme:






(Fragmento, Capítulo III)

Por un lado, el General vivía obsesionado con la llegada de un vástago varón que desde su primer vagido no dejara dudas de su vocación castrense. Por el otro, Ana, su mujer, no obstante asumir las posiciones, pre y post coito que le recomendaban, pese a la concentración durante el orgasmo en el instrumento de su consorte y a la inmovilidad que mantenía al final para que los jugos de su marido llegaran al lugar indicado, no pudo complacer del todo a mi general. ¡Ay la pobre! A pesar de las promesas de peregrinación y de los rezos, y a la tal agua de manzanilla y tilo que tomaba por litros, al final, sólo seguía pariendo hembra tras hembra. Para distraer esa suerte de complejo de culpa y aliviar la tensión, la piadosa matrona dedicaba la totalidad de los nueve meses de cada embarazo, a confeccionar "otro" edredón. Con redomado optimismo consagraba las cuatro últimas semanas en la tarea de bordar el inmenso monograma de una “A”, porque invariablemente -"esta vez sí"- esperaba la materialización del esquivo “Abrahamcito”.

La primera “A” fue una “itálica capital”, edredón que ante la ausencia del varón, debió envolver a Amanda, la primogénita. Para el segundo parto la señora escogió una “A” gótica, por eso cuando apareció una hembrita decidieron bautizarla Angela. En la tercera ocasión, cuando la partera alzó la criatura y se vio que no cargaba la dotación de campaña que mi general esperaba, el cobertor con la “A” “romana cursiva” se le adjudicó a Arcila. El cuarto edredón, adornado con una preciosa “a” “carolina” minúscula, se le adjudicó a Abigaíl. Y como las esperanzas no se pierden, ocho edredones más tarde, aún insistía mi general, en su papel de improvisado semental, buscando que el Cielo le premiara la constancia con esa criatura que debía aparecer en esta vida exhibiendo, muy en alto, la virilidad de la estirpe Guacaneme. Pero no. Las “aes” que diseñaba Doña Ana sobre cada frazada, y que embarazo tras embarazo eran más complicadas, minuciosas, y alambicadas, tocó adjudicarlas, una tras otra a las hermosas hembritas que fueron naciendo, para deslucimiento de nuestro viripotente héroe villapríncipe. Esa fue la explicación que dio el Notario, cuando en una noche de juerga, en el “barrio de abajo” alguien inquirió la razón que dio origen a que el nombre de todas las bellísimas hijas del General empezaran por “a”.