miércoles, 12 de diciembre de 2007
sábado, 8 de diciembre de 2007
martes, 27 de noviembre de 2007
Novela - Viva el Obispo ¡Carajo!
La epopeya que se plasma en "Viva el Obispo ¡Carajo!" sucedió realmente en un pueblo latinoamericano o, mejor dicho, quizás sucede en aquellos pueblos donde realidad y ficción se amanceban -que en el continente son casi todos- para procrear esa cultura del realismo mágico que exhiben orgullosos, porque es la impronta que avala su autenticidad.
lunes, 26 de noviembre de 2007
Viva el Obispo - Fragmento
Qué extraña semana.
El lunes, el viejo Abraham murió. Todo un roble. Último general superviviente de dos guerras civiles y de las seis oleadas de violencia. Con las campanadas del Angelus del mediodía abrió un ojo, oteó el horizonte de su alcoba por encima de la baranda de cobre, enfocó lentamente —como contándolas— una tras otra a sus once hijas que ataviadas de anticipado luto circundaban el lecho a distancia reverencial, y reafirmó que faltaba la número doce, Amanda, la desterrada. De improviso, desenfundó su mano diestra de la sábana, apuntó al grupo haciendo señal impublicable con los dedos, y sentenció soberbio "ahí les dejo su mundo de mierda...". A renglón seguido, expiró con un gruñido. Las mujeres arrancaron al unísono con su agitar de abanicos, sollozos y jaculatorias tratando de asimilar esa mezcla de dolor e insulto, mientras el seseo portador de la noticia serpenteó zaguán afuera para maravillar al pueblo, testigo por primera vez en doce años de una muerte natural.
Long Live the Bishop, Dammt!
Colombian writer pokes fun at religious fervor in Latin America
Colombian writer Armando Caicedo pokes fun at religious fervor in Latin America in his new novel, “Viva el obispo ¡Carajo!” (Love Live the Bishop “Goddamn!), which he presented at the Miami Book Fair International. The novel is set in “Villa del Príncipe,” a town with a fictitious name but that, according to Caicedo, could be any municipality in Latin America “because of its great religious fervor.”
Para leer el artículo completo en Inglés
Colombian writer Armando Caicedo pokes fun at religious fervor in Latin America in his new novel, “Viva el obispo ¡Carajo!” (Love Live the Bishop “Goddamn!), which he presented at the Miami Book Fair International. The novel is set in “Villa del Príncipe,” a town with a fictitious name but that, according to Caicedo, could be any municipality in Latin America “because of its great religious fervor.”
Para leer el artículo completo en Inglés
Agencia EFE - Internacional
Escritor colombiano critica con humor el fervor religioso de Latinoamérica.
Miami, 6 nov (EFE)- El escritor colombiano Armando Caicedo critica con humor el fervor religioso de Latinoamérica en su nueva novela, "Viva el obispo ¡Carajo!", que presentará esta semana en la Feria Internacional del Libro de Miami.
Para leer el artículo completo de la Agencia EFE
Miami, 6 nov (EFE)- El escritor colombiano Armando Caicedo critica con humor el fervor religioso de Latinoamérica en su nueva novela, "Viva el obispo ¡Carajo!", que presentará esta semana en la Feria Internacional del Libro de Miami.
Para leer el artículo completo de la Agencia EFE
El Tiempo - Colombia
Armando Caicedo, presenta en Estados Unidos su nueva novela.
De la soledad del exilio, compañera para Armando Caicedo y de su vicio diario de escribir humor y sátira política, nació Viva el Obispo, ¡Carajo!, apasionante y divertida novela que relata el concubinato entre lo divino y lo terrenal.
Para leer el artículo completo de Lecturas de Fin de Semana en el diario El Tiempo - Colombia
De la soledad del exilio, compañera para Armando Caicedo y de su vicio diario de escribir humor y sátira política, nació Viva el Obispo, ¡Carajo!, apasionante y divertida novela que relata el concubinato entre lo divino y lo terrenal.
Para leer el artículo completo de Lecturas de Fin de Semana en el diario El Tiempo - Colombia
sábado, 24 de noviembre de 2007
En Defensa del ¡Carajo"
© 2007 Armando Caicedo
La tía Filomena me llamó con voz agónica. Como presentí que la vieja estaba a punto de borrarme de la lista de sus herederos, corrí hasta su casa para atender la urgencia.
Encontré a la vieja a punto de soponcio. Ella, que jamás suelta una mala palabra, cerró sus ojitos y exclamó.
- Imbecilillo. ¿Cómo te atreves a bautizar tu libro con semejante palabrota?
La vieja se refería a la Novela que este noviembre lancé durante la Feria Internacional del Libro de Miami, "Viva el Obispo ¡Carajo!".
Encontré a la vieja a punto de soponcio. Ella, que jamás suelta una mala palabra, cerró sus ojitos y exclamó.
- Imbecilillo. ¿Cómo te atreves a bautizar tu libro con semejante palabrota?
La vieja se refería a la Novela que este noviembre lancé durante la Feria Internacional del Libro de Miami, "Viva el Obispo ¡Carajo!".
Apenas organizaba mi defensa, cuando la veterana tía se abalanzó sobre mi pescuezo, me practicó una llave de lucha greco-romana, y me arrastró hasta el lavaplatos. A punto de estrangularme, contó -uno tras otro- los diez buches y sus respectivas gárgaras, que me obligó a hacer con detergente líquido.
- ¿Antes de bautizar tu novela, abriste el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española?
Intenté responder pero sólo me salieron burbujas por la boca.
- Claro tía. Pero es que los académicos de la lengua son unos tipos acartonados, almidonados, engominados y perfumados, que no se bajan del pedestal de su arrogancia a escuchar lo que la gente como uno, habla acá abajo. Pese a que "carajo" es palabra de uso común desde hace siglos, sólo ingresó a "su" Real Diccionario, en 1983.
- Pero es que suena fea.
- Mi profesor de latín me juró que el origen de "carajo" se remonta al latín "carassus"(una de las palabras con la que los simpáticos romanos se referían a ese órgano que todos los varones portamos de dotación, desde cuando nacemos)
Mientras la vieja se persignaba a toda velocidad y, de paso, me abanicaba con un huracán de bendiciones, continué mi defensa.
En España sonará mal la palabreja, pero después de 200 años de Independencia, ya no somos el virreinato que espera sumiso a que nos digan cómo diablos debemos hablar en Latinoamérica.
- Tía, en la Internet hay 4 millones y medio de páginas con la palabra "carajo". No creo que la utilicen para expresar esa vergonzosa función genital que tu recalentado cerebro se imagina.
- Te advierto -me amenazó la vieja- estás de candidato para una segunda sesión de gárgaras, pero esta vez con destupidor de cañerías.
Le expliqué que por alguna asociación con el "órgano aquel", los marineros llamaron carajo al palo mayor de las embarcaciones de vela. Luego, con el tiempo, también denominaron con la misma palabreja a esa canastilla ubicada allá arriba -en lo más alto del mástil- donde se trepaba el vigía a otear el horizonte.
- Tía, trepar hasta la punta del carajo, era riesgoso, y permanecer allá, en las alturas del carajo, provocaba nauseas, visión borrosa y deseo de guacarear. Cuando el capitán quería castigar a un marinero lo mandaba al carajo.
- Mijo, pero es palabra malsonante.
- Primero, la palabra "carajo" hace tiempo perdió su asociación genital. Segundo, ya nadie recuerda su asociación marinera. Y tercero, ya casi deja de ser palabra malsonante.
- ¿Cómo me lo pruebas?
- En América Latina todo el mundo entendería un aviso de publicidad que diga: "Viagra es del carajo". Pero nadie entendería que "Viagra es para el carajo".
Le expliqué, con ejemplos, que carajo es palabra inodora, incolora e insípida que se usa para toda ocasión, sea buena, mala, neutra, sublime, chocante o divertida.
- Mijo, pero también puedes decir: Viva el Obispo ¡Cáspita!, o Viva el Obispo ¡Caracoles!
- Tía, el efecto es tan torcido como ir a un evento político y gritar: Viva el presidente Bush ¡Recórcholis!
- Vete pa'l carajo -exclamó la tía, y me deportó de su casa.
- ¿Antes de bautizar tu novela, abriste el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española?
Intenté responder pero sólo me salieron burbujas por la boca.
- Claro tía. Pero es que los académicos de la lengua son unos tipos acartonados, almidonados, engominados y perfumados, que no se bajan del pedestal de su arrogancia a escuchar lo que la gente como uno, habla acá abajo. Pese a que "carajo" es palabra de uso común desde hace siglos, sólo ingresó a "su" Real Diccionario, en 1983.
- Pero es que suena fea.
- Mi profesor de latín me juró que el origen de "carajo" se remonta al latín "carassus"(una de las palabras con la que los simpáticos romanos se referían a ese órgano que todos los varones portamos de dotación, desde cuando nacemos)
Mientras la vieja se persignaba a toda velocidad y, de paso, me abanicaba con un huracán de bendiciones, continué mi defensa.
En España sonará mal la palabreja, pero después de 200 años de Independencia, ya no somos el virreinato que espera sumiso a que nos digan cómo diablos debemos hablar en Latinoamérica.
- Tía, en la Internet hay 4 millones y medio de páginas con la palabra "carajo". No creo que la utilicen para expresar esa vergonzosa función genital que tu recalentado cerebro se imagina.
- Te advierto -me amenazó la vieja- estás de candidato para una segunda sesión de gárgaras, pero esta vez con destupidor de cañerías.
Le expliqué que por alguna asociación con el "órgano aquel", los marineros llamaron carajo al palo mayor de las embarcaciones de vela. Luego, con el tiempo, también denominaron con la misma palabreja a esa canastilla ubicada allá arriba -en lo más alto del mástil- donde se trepaba el vigía a otear el horizonte.
- Tía, trepar hasta la punta del carajo, era riesgoso, y permanecer allá, en las alturas del carajo, provocaba nauseas, visión borrosa y deseo de guacarear. Cuando el capitán quería castigar a un marinero lo mandaba al carajo.
- Mijo, pero es palabra malsonante.
- Primero, la palabra "carajo" hace tiempo perdió su asociación genital. Segundo, ya nadie recuerda su asociación marinera. Y tercero, ya casi deja de ser palabra malsonante.
- ¿Cómo me lo pruebas?
- En América Latina todo el mundo entendería un aviso de publicidad que diga: "Viagra es del carajo". Pero nadie entendería que "Viagra es para el carajo".
Le expliqué, con ejemplos, que carajo es palabra inodora, incolora e insípida que se usa para toda ocasión, sea buena, mala, neutra, sublime, chocante o divertida.
- Mijo, pero también puedes decir: Viva el Obispo ¡Cáspita!, o Viva el Obispo ¡Caracoles!
- Tía, el efecto es tan torcido como ir a un evento político y gritar: Viva el presidente Bush ¡Recórcholis!
- Vete pa'l carajo -exclamó la tía, y me deportó de su casa.
domingo, 18 de noviembre de 2007
Obispo en Feria
Feria Internacional del Libro de Miami. -2007
Iluminados por el de Arriba –que, de paso, le colocó baterías nuevas a un sol “mayamense” esplendoroso- e inmersos en un ambiente de diversidad cultural (que es patrimonio del Sur de la Florida) el Obispo se sintió en su salsa en este cónclave de autores, editores y traductores, y se gozó el privilegio de iniciar un diálogo íntimo –por primera vez- con miles de lectores.
Iluminados por el de Arriba –que, de paso, le colocó baterías nuevas a un sol “mayamense” esplendoroso- e inmersos en un ambiente de diversidad cultural (que es patrimonio del Sur de la Florida) el Obispo se sintió en su salsa en este cónclave de autores, editores y traductores, y se gozó el privilegio de iniciar un diálogo íntimo –por primera vez- con miles de lectores.
martes, 6 de noviembre de 2007
Para lectores muy sensibles
Los testigos de esa tarde juran,
que un campesino villapríncipe,
extasiado de emoción ante la presencia del obispo
-que sólo había visto "de oído"-
soltó a todo pulmón la histórica frase:
"Viva el Obispo ¡Carajo!"
"Viva el Obispo ¡Carajo!"
jueves, 4 de octubre de 2007
sábado, 20 de enero de 2007
¡Pasa la voz! ¡Carajo!
Esta es una historia celestial protagonizada por personajes terrenales.
En rigor técnico no es un escrito de ficción sobre la muerte. Más bien se trata de una sorda conspiración contra ella, liderada por un puñado de conjurados que una noche se confesaron adictos a la vida.
Caicedo no intentará seducirte con empalagosas palabras sino con personajes de verdad-verdad. Porque este es un libro sudado, página tras página, en el intento de reconstruir -de manera fiel- ese microcosmo de la Villa del Príncipe, donde sus habitantes resultaron tan sorprendidos ante la súbita aparición de la racha de muertes naturales, que no tuvieron tiempo ni de cambiarse de nombres.
Si durante su lectura te suenan conocidos algunos de los atrevidos villapríncipes que intentaron detener la progresión de las muertes naturales, mantén discreto silencio. En caso contrario, las damas del Directorio te acusarán de practicar en la clandestinidad artes adivinatorias o de participar en las descocadas bacanales que -una vez al año- se organizan en el "barrio de abajo". La más mínima sospecha, podría acarrear tu excomunión automática.
Ahora, abróchate el cinturón, respira profundo y arrepiéntete. ¡Algo divertido está por suceder!
En rigor técnico no es un escrito de ficción sobre la muerte. Más bien se trata de una sorda conspiración contra ella, liderada por un puñado de conjurados que una noche se confesaron adictos a la vida.
Caicedo no intentará seducirte con empalagosas palabras sino con personajes de verdad-verdad. Porque este es un libro sudado, página tras página, en el intento de reconstruir -de manera fiel- ese microcosmo de la Villa del Príncipe, donde sus habitantes resultaron tan sorprendidos ante la súbita aparición de la racha de muertes naturales, que no tuvieron tiempo ni de cambiarse de nombres.
Si durante su lectura te suenan conocidos algunos de los atrevidos villapríncipes que intentaron detener la progresión de las muertes naturales, mantén discreto silencio. En caso contrario, las damas del Directorio te acusarán de practicar en la clandestinidad artes adivinatorias o de participar en las descocadas bacanales que -una vez al año- se organizan en el "barrio de abajo". La más mínima sospecha, podría acarrear tu excomunión automática.
Ahora, abróchate el cinturón, respira profundo y arrepiéntete. ¡Algo divertido está por suceder!
Escribir es un vicio solitario
Escribir es un oficio artesanal que emplea como materia prima la palabra.
Escribir exige la paciencia del tejedor de filigrana, que maniobra hilos -aparentemente inconexos- hasta cuando del enredo de mil nudos brota la magia de un bordado, donde se adivinan paisajes, personajes y conflictos.
Escribir una novela pareciera un acto de Fe. Pero no. Es un vicio solitario, inconfesable y, además, nocturno. De ello son testigos más de un millar de madrugadas.
Escribir exige la paciencia del tejedor de filigrana, que maniobra hilos -aparentemente inconexos- hasta cuando del enredo de mil nudos brota la magia de un bordado, donde se adivinan paisajes, personajes y conflictos.
Escribir una novela pareciera un acto de Fe. Pero no. Es un vicio solitario, inconfesable y, además, nocturno. De ello son testigos más de un millar de madrugadas.
viernes, 19 de enero de 2007
Crítica. Antonio Gómez Rufo
Escritor. Presidente Círculo Literario de Madrid, España
Viva el Obispo, ¡Carajo!, es una novela extraordinaria. Más allá de su armonía estructural, de su pureza sintáctica, de sus hallazgos en el lenguaje y de la originalidad de su trama, Armando Caicedo ha logrado asentarse en los dos pilares que sostienen la novela moderna: el compromiso y el afán de divertimento. Da gusto encontrar novelas así. Tan infrecuentes y tan iluminadoras.
Antonio Gómez Rufo. Escritor, vicepresidente de la Asociación Colegial de Escritores de España y Presidente del Círculo Literario de Madrid. Premio de Novela Fernando Lara, 2005.
Viva el Obispo, ¡Carajo!, es una novela extraordinaria. Más allá de su armonía estructural, de su pureza sintáctica, de sus hallazgos en el lenguaje y de la originalidad de su trama, Armando Caicedo ha logrado asentarse en los dos pilares que sostienen la novela moderna: el compromiso y el afán de divertimento. Da gusto encontrar novelas así. Tan infrecuentes y tan iluminadoras.
Antonio Gómez Rufo. Escritor, vicepresidente de la Asociación Colegial de Escritores de España y Presidente del Círculo Literario de Madrid. Premio de Novela Fernando Lara, 2005.
jueves, 18 de enero de 2007
Crítica: Ana D'Atri
Editora. España
“Resalto la fuerza de su castellano y la pujante clase de su mirada tragicómica. A su estilo, estilo no solo de lenguaje, barroco, rico, plagado de americanismos perfectamente integrados al contexto, hay que añadir su óptica humorística, aguda pero no ácida, tierna en su exagerada humanidad.”
Ana D'Atri. Editora. España
“Resalto la fuerza de su castellano y la pujante clase de su mirada tragicómica. A su estilo, estilo no solo de lenguaje, barroco, rico, plagado de americanismos perfectamente integrados al contexto, hay que añadir su óptica humorística, aguda pero no ácida, tierna en su exagerada humanidad.”
Ana D'Atri. Editora. España
miércoles, 17 de enero de 2007
Crítica: José María Valle Torralbo
Periodista, Radiotelevisión Española
"Caicedo es un orfebre del lenguaje que trabaja el metal precioso de la palabra con la eficacia de un tiburón y la compasión de un fraile"
"Caicedo es un orfebre del lenguaje que trabaja el metal precioso de la palabra con la eficacia de un tiburón y la compasión de un fraile"
José María Valle Torralbo. Escritor. Periodista. Radiotelevisión Española (RTVE)
martes, 16 de enero de 2007
Crítica: Ignacio Ramírez
Escritor, Crítico y Editor. Colombia
“La ironía, la crítica sutil pero evidente, un estilo narrativo limpio y bien estructurado, y, de nuevo, la justa proporción de gracia y buena información, son ingredientes fundamentales para justificar la inmersión en las páginas de ¡Viva el Obispo, Carajo!”
Ignacio Ramírez. Escritor, Crítico y Editor. Colombia
lunes, 15 de enero de 2007
Que el final te sorprenda confesado
Sinopsis
En la Villa del Príncipe, sucede un hecho inaudito: la gente fallece en su cama y, como si fuera poco, por "causas naturales".
Un pueblo castigado desde tiempos inmemoriales por conquistadores, generales levantiscos, bandoleros de surtidos pelambres y, claro está, la "autoridad competente", no conoce la existencia de otro tipo de muerte que no esté vinculado con las reiteradas oleadas de violencia, las guerras civiles, y la intolerancia política.
Hasta ahora ha sido tan natural que la gente fallezca en emboscadas, allá en el recodo de un camino, en impunes atentados políticos desde lo alto de la cúpula de la iglesia o desde el fondo de una zanja nauseabunda, en alzamientos y golpes de cuartel y en escaramuzas anónimas.Pero lo que parece impensable es que ahora todos los muertos sean tan cercanos, tan reconocidos, como tan vulnerables. Si en la Villa del Príncipe siempre se ha tolerado que la gente muera de manera heroica, incluso, que los ciudadanos se esfumen sin despedirse, sin dejar ni dirección ni huella ¡Ah! Y que sus supérstites teman hasta interrogar por su destino.
Pero ¿morir en la cama?
Si en la cuja no puede haber lugar para promesas de "investigaciones exhaustivas". Si el lecho se diseñó, si acaso, para los menesteres de la reproducción, la reparación de las energías perdidas y para holgar en medio de humores y gemidos. Pero ¿a quien se le ocurre agonizar en catre de bronce, con deudos acicalados de medioluto revoloteando alrededor del tálamo, en espera del resollo final?
"Viva el Obispo ¡Carajo!" es la crónica real de los "villapríncipes", atrapados en la paradoja de la muerte natural.
Un pueblo castigado desde tiempos inmemoriales por conquistadores, generales levantiscos, bandoleros de surtidos pelambres y, claro está, la "autoridad competente", no conoce la existencia de otro tipo de muerte que no esté vinculado con las reiteradas oleadas de violencia, las guerras civiles, y la intolerancia política.
Hasta ahora ha sido tan natural que la gente fallezca en emboscadas, allá en el recodo de un camino, en impunes atentados políticos desde lo alto de la cúpula de la iglesia o desde el fondo de una zanja nauseabunda, en alzamientos y golpes de cuartel y en escaramuzas anónimas.Pero lo que parece impensable es que ahora todos los muertos sean tan cercanos, tan reconocidos, como tan vulnerables. Si en la Villa del Príncipe siempre se ha tolerado que la gente muera de manera heroica, incluso, que los ciudadanos se esfumen sin despedirse, sin dejar ni dirección ni huella ¡Ah! Y que sus supérstites teman hasta interrogar por su destino.
Pero ¿morir en la cama?
Si en la cuja no puede haber lugar para promesas de "investigaciones exhaustivas". Si el lecho se diseñó, si acaso, para los menesteres de la reproducción, la reparación de las energías perdidas y para holgar en medio de humores y gemidos. Pero ¿a quien se le ocurre agonizar en catre de bronce, con deudos acicalados de medioluto revoloteando alrededor del tálamo, en espera del resollo final?
"Viva el Obispo ¡Carajo!" es la crónica real de los "villapríncipes", atrapados en la paradoja de la muerte natural.
domingo, 14 de enero de 2007
Invitación Episcopal:
(Fragmento, Capítulo XXI)
El notario reconstruyó con puntilloso detalle el inventario de quienes alguna vez pernoctaron en la Villa del Príncipe. Resaltó en cada caso, títulos, cargos, nombres, apellidos y merecimientos. Desfilaron por su memoria adelantados, conquistadores, oidores de la Real Audiencia, virreyes, gobernadores, regentes, caudillos de cien guerras civiles, alzados en armas y generales pacificadores, jueces y fiscales, escribanos, contadores y tesoreros, galenos y boticarios, rectores, catedráticos y maestros -muchos de ellos escoltados por parentela de dudoso linaje, en busca de favorables alianzas en la lejana capital- y hasta hizo cuenta de cientos de religiosos, jueces del Santo Oficio, deans, arcedianos, chantres, presbíteros, racioneros, maestros de novicios, maestrescuelas, provisorios y vicarios, canónigos, priores, provinciales, capellanes de variados ejércitos -que combatieron en bandos contrarios, pero siempre en nombre de la misma cruz- frailes, monjas, curas y hasta los sacristanes que nos honraron alguna vez con su presencia...
- Pero ojo, excelentísimo monseñor, jamás de los jamases, en más de 290 años de historia, ha hollado el suelo de nuestro pueblo, un señor obispo.
sábado, 13 de enero de 2007
Las hijas del General Abraham Guacaneme:
(Fragmento, Capítulo III)
Por un lado, el General vivía obsesionado con la llegada de un vástago varón que desde su primer vagido no dejara dudas de su vocación castrense. Por el otro, Ana, su mujer, no obstante asumir las posiciones, pre y post coito que le recomendaban, pese a la concentración durante el orgasmo en el instrumento de su consorte y a la inmovilidad que mantenía al final para que los jugos de su marido llegaran al lugar indicado, no pudo complacer del todo a mi general. ¡Ay la pobre! A pesar de las promesas de peregrinación y de los rezos, y a la tal agua de manzanilla y tilo que tomaba por litros, al final, sólo seguía pariendo hembra tras hembra. Para distraer esa suerte de complejo de culpa y aliviar la tensión, la piadosa matrona dedicaba la totalidad de los nueve meses de cada embarazo, a confeccionar "otro" edredón. Con redomado optimismo consagraba las cuatro últimas semanas en la tarea de bordar el inmenso monograma de una “A”, porque invariablemente -"esta vez sí"- esperaba la materialización del esquivo “Abrahamcito”.
La primera “A” fue una “itálica capital”, edredón que ante la ausencia del varón, debió envolver a Amanda, la primogénita. Para el segundo parto la señora escogió una “A” gótica, por eso cuando apareció una hembrita decidieron bautizarla Angela. En la tercera ocasión, cuando la partera alzó la criatura y se vio que no cargaba la dotación de campaña que mi general esperaba, el cobertor con la “A” “romana cursiva” se le adjudicó a Arcila. El cuarto edredón, adornado con una preciosa “a” “carolina” minúscula, se le adjudicó a Abigaíl. Y como las esperanzas no se pierden, ocho edredones más tarde, aún insistía mi general, en su papel de improvisado semental, buscando que el Cielo le premiara la constancia con esa criatura que debía aparecer en esta vida exhibiendo, muy en alto, la virilidad de la estirpe Guacaneme. Pero no. Las “aes” que diseñaba Doña Ana sobre cada frazada, y que embarazo tras embarazo eran más complicadas, minuciosas, y alambicadas, tocó adjudicarlas, una tras otra a las hermosas hembritas que fueron naciendo, para deslucimiento de nuestro viripotente héroe villapríncipe. Esa fue la explicación que dio el Notario, cuando en una noche de juerga, en el “barrio de abajo” alguien inquirió la razón que dio origen a que el nombre de todas las bellísimas hijas del General empezaran por “a”.
Por un lado, el General vivía obsesionado con la llegada de un vástago varón que desde su primer vagido no dejara dudas de su vocación castrense. Por el otro, Ana, su mujer, no obstante asumir las posiciones, pre y post coito que le recomendaban, pese a la concentración durante el orgasmo en el instrumento de su consorte y a la inmovilidad que mantenía al final para que los jugos de su marido llegaran al lugar indicado, no pudo complacer del todo a mi general. ¡Ay la pobre! A pesar de las promesas de peregrinación y de los rezos, y a la tal agua de manzanilla y tilo que tomaba por litros, al final, sólo seguía pariendo hembra tras hembra. Para distraer esa suerte de complejo de culpa y aliviar la tensión, la piadosa matrona dedicaba la totalidad de los nueve meses de cada embarazo, a confeccionar "otro" edredón. Con redomado optimismo consagraba las cuatro últimas semanas en la tarea de bordar el inmenso monograma de una “A”, porque invariablemente -"esta vez sí"- esperaba la materialización del esquivo “Abrahamcito”.
La primera “A” fue una “itálica capital”, edredón que ante la ausencia del varón, debió envolver a Amanda, la primogénita. Para el segundo parto la señora escogió una “A” gótica, por eso cuando apareció una hembrita decidieron bautizarla Angela. En la tercera ocasión, cuando la partera alzó la criatura y se vio que no cargaba la dotación de campaña que mi general esperaba, el cobertor con la “A” “romana cursiva” se le adjudicó a Arcila. El cuarto edredón, adornado con una preciosa “a” “carolina” minúscula, se le adjudicó a Abigaíl. Y como las esperanzas no se pierden, ocho edredones más tarde, aún insistía mi general, en su papel de improvisado semental, buscando que el Cielo le premiara la constancia con esa criatura que debía aparecer en esta vida exhibiendo, muy en alto, la virilidad de la estirpe Guacaneme. Pero no. Las “aes” que diseñaba Doña Ana sobre cada frazada, y que embarazo tras embarazo eran más complicadas, minuciosas, y alambicadas, tocó adjudicarlas, una tras otra a las hermosas hembritas que fueron naciendo, para deslucimiento de nuestro viripotente héroe villapríncipe. Esa fue la explicación que dio el Notario, cuando en una noche de juerga, en el “barrio de abajo” alguien inquirió la razón que dio origen a que el nombre de todas las bellísimas hijas del General empezaran por “a”.
viernes, 12 de enero de 2007
El Boticario:
(Fragmento, Capítulo IV)
La tarde que lo emboscaron padeció en la misma fracción de segundo, tres sensaciones entrelazadas: el impacto pavoroso de la metralla sobre el pecho que lo proyectó hacia atrás, el vacío que dejó la mula cuando desapareció espantada y el estruendo del cañón. La reverberación se coló en la oquedad de su cráneo, y continuó en oleadas alucinantes como de estruendos y chillidos ululantes que se fueron alternando hasta el silencio total. Luego de aguantar el supremo ardor por el relámpago que le carbonizó el pecho, no volvió a percibir dolor alguno. Con la conciencia aferrada a la hilacha más débil de su existencia, experimentó el vértigo de traspasar a velocidad acelerada, la frontera de lo familiar a lo inexplorado. Y advirtió su ingreso expreso al túnel gris por donde se hace el tránsito irreversible hacia la muerte. Durante ese cruce percibió a su lado una débil señal.
Instintivamente entreabrió su ojo derecho, cubierto de lodo y sangre, y se topó con las fosas nasales ensangrentadas de su hijo agonizante. Enseguida alguien le volteó el rostro de un puntapié para comprobar si estaba vivo. Con los músculos del costado destrozados y desangrándose entre una cuneta llena de fango, sintió tan reconcentrado rencor y deseo de venganza que se apropió de la fuerza suficiente para detener su fatídica carrera hacia la raya negra del no retorno que en ese instante cruzaba. Perdió la noción del tiempo y otras sensaciones a excepción del olfato. Aunque sentía que podía ver, la costra sanguinolenta que le cubría el rostro se endureció y le impidió abrir los párpados. Durante un tiempo impreciso percibió el vaho azufrado de la pólvora. Cuando la fetidez se desvaneció, notó al aroma fresco a la boñiga de las bestias que cabalgaron los forajidos, pero al final, prevaleció en el ambiente el tufo a gas metano que emana de las aguas estancadas. En la emboscada de esa tarde, su primogénito y seis trabajadores de su finca resultaron vílmente sacrificados
La tarde que lo emboscaron padeció en la misma fracción de segundo, tres sensaciones entrelazadas: el impacto pavoroso de la metralla sobre el pecho que lo proyectó hacia atrás, el vacío que dejó la mula cuando desapareció espantada y el estruendo del cañón. La reverberación se coló en la oquedad de su cráneo, y continuó en oleadas alucinantes como de estruendos y chillidos ululantes que se fueron alternando hasta el silencio total. Luego de aguantar el supremo ardor por el relámpago que le carbonizó el pecho, no volvió a percibir dolor alguno. Con la conciencia aferrada a la hilacha más débil de su existencia, experimentó el vértigo de traspasar a velocidad acelerada, la frontera de lo familiar a lo inexplorado. Y advirtió su ingreso expreso al túnel gris por donde se hace el tránsito irreversible hacia la muerte. Durante ese cruce percibió a su lado una débil señal.
Instintivamente entreabrió su ojo derecho, cubierto de lodo y sangre, y se topó con las fosas nasales ensangrentadas de su hijo agonizante. Enseguida alguien le volteó el rostro de un puntapié para comprobar si estaba vivo. Con los músculos del costado destrozados y desangrándose entre una cuneta llena de fango, sintió tan reconcentrado rencor y deseo de venganza que se apropió de la fuerza suficiente para detener su fatídica carrera hacia la raya negra del no retorno que en ese instante cruzaba. Perdió la noción del tiempo y otras sensaciones a excepción del olfato. Aunque sentía que podía ver, la costra sanguinolenta que le cubría el rostro se endureció y le impidió abrir los párpados. Durante un tiempo impreciso percibió el vaho azufrado de la pólvora. Cuando la fetidez se desvaneció, notó al aroma fresco a la boñiga de las bestias que cabalgaron los forajidos, pero al final, prevaleció en el ambiente el tufo a gas metano que emana de las aguas estancadas. En la emboscada de esa tarde, su primogénito y seis trabajadores de su finca resultaron vílmente sacrificados
jueves, 11 de enero de 2007
El Barrio de Abajo:
(Fragmento, Capítulo XII)
En realidad, el “barrio de abajo” era musa para poetas. Pretexto para estudiantes y estudiosos de los temas sociales. Numen para compositores de música vernácula. Cabildo abierto para dirimir confrontaciones políticas. Bolsa de valores para agricultores y ganadores. Templo para los fanáticos criadores de gallos finos. Academia de la vida para jovencitos con el hipo de la sensualidad alebrestada. Cava para catadores de licores legítimos y adulterados. Pretexto para traviesos amantes del físicoculturismo devotos ellos del taconeo, la danza y la coreografía. Santuario para los apostadores. Inspiración de círculos literarios. Casino para jugadores de tute, tresillo, parqués, póker y dominó. Garito para apuestas inconfesables. Café, cantina y billar. Centro de chicanería para criadores de caballos trocheros y pasofinos. Tertuliadero inofensivo. Yunque para ablandar con el martillo de la concupiscencia investigaciones exhaustivas, comisiones de auditoría, y jueces instructores. Fogón para cocinar pasiones y fantasías. Refugio para evasores del servicio militar. Caja menor para el alcalde Cancelada y sus inspectores. Edén para visitantes de la gobernación en comisión oficial. Altar de la incontinencia. Coro mayor de gemidos y suspiros nocturnos. Caja de resonancia para conocer lo que maquina la entretejedura de la burocracia local. Paraíso para pecadores contra el sexto y el noveno. “Peccata minuta” para sexagenarios prostáticos. Estudio fotográfico para cultores del desnudo, como el señor Cortés. Canapé de sicoanalista. Bálsamo para curar heridas del amor. Escenario sicalíptico de malabares del “pithecantropus erectus”. Burdel. Principio vital para los adoradores de la noche. Montepío. Batalla de los sentidos. Quitapesares. Paño de lágrimas.
Sí. El “barrio de abajo” era todo el catálogo anterior... y mil cosas más. Pero sin duda, su función principal era la de operar como generador de ingresos, tanto para aquellas familias de magras economías obligadas a enviar a sus más bellas flores como bailarinas en los “dancings” -para completar con el agitar de sus esqueletos el presupuesto semanal- como oxígeno vital para las siempre estranguladas rentas municipales y los estancos departamentales.
En realidad, el “barrio de abajo” era musa para poetas. Pretexto para estudiantes y estudiosos de los temas sociales. Numen para compositores de música vernácula. Cabildo abierto para dirimir confrontaciones políticas. Bolsa de valores para agricultores y ganadores. Templo para los fanáticos criadores de gallos finos. Academia de la vida para jovencitos con el hipo de la sensualidad alebrestada. Cava para catadores de licores legítimos y adulterados. Pretexto para traviesos amantes del físicoculturismo devotos ellos del taconeo, la danza y la coreografía. Santuario para los apostadores. Inspiración de círculos literarios. Casino para jugadores de tute, tresillo, parqués, póker y dominó. Garito para apuestas inconfesables. Café, cantina y billar. Centro de chicanería para criadores de caballos trocheros y pasofinos. Tertuliadero inofensivo. Yunque para ablandar con el martillo de la concupiscencia investigaciones exhaustivas, comisiones de auditoría, y jueces instructores. Fogón para cocinar pasiones y fantasías. Refugio para evasores del servicio militar. Caja menor para el alcalde Cancelada y sus inspectores. Edén para visitantes de la gobernación en comisión oficial. Altar de la incontinencia. Coro mayor de gemidos y suspiros nocturnos. Caja de resonancia para conocer lo que maquina la entretejedura de la burocracia local. Paraíso para pecadores contra el sexto y el noveno. “Peccata minuta” para sexagenarios prostáticos. Estudio fotográfico para cultores del desnudo, como el señor Cortés. Canapé de sicoanalista. Bálsamo para curar heridas del amor. Escenario sicalíptico de malabares del “pithecantropus erectus”. Burdel. Principio vital para los adoradores de la noche. Montepío. Batalla de los sentidos. Quitapesares. Paño de lágrimas.
Sí. El “barrio de abajo” era todo el catálogo anterior... y mil cosas más. Pero sin duda, su función principal era la de operar como generador de ingresos, tanto para aquellas familias de magras economías obligadas a enviar a sus más bellas flores como bailarinas en los “dancings” -para completar con el agitar de sus esqueletos el presupuesto semanal- como oxígeno vital para las siempre estranguladas rentas municipales y los estancos departamentales.
miércoles, 10 de enero de 2007
La Cabalgata:
(Fragmento, Capítulo XXV)
A las diez de la mañana se dio la orden de montar y sin importar procedencia, amistad, familiaridad o compadrazgo, se organizaron las columnas por colores.
Aquí estaban todos los caballos.
Corceles descendientes de aquellos en cuyos lomos se apoltronaron los magros culos de los “dioses” conquistadores. Rocines herederos de los mismos genes de esos sesenta potros berberiscos que cuatro siglos atrás se aventuraron con el Adelantado Jiménez de Quezada por estos territorios -saqueando tumbas, lanceando indios y desvirgando indias, con el pretexto de ampliar las fronteras del reino del Señor- caballos andaluces de cabeza pequeña y frente convexa. Nerviosos. Trocheros y galoperos. Pasofinos. De saltones ojos negros. Briosos, ágiles y armoniosos. De orejas pequeñas y ollares dilatados. Bajos de alzada, pero de pecho generoso. Con grupa y cola al mismo nivel. Y de piel lustrosa y fina.
Adelante se colocó la caballada de pelaje más claro. Nadie se explica de dónde diablos aparecieron tal cantidad de cuatropeos blancos. Resultaron tantos y contrastaban de qué manera contra el verde feraz de la vega, que aparecieron evidentes gamas y matices del mismo blanco. Entonces se promulgó la melindrosa orden de clasificarlos por tonalidades.
Mas de cien albinos, casi rosados, se formaron en la vanguardia. Luego se dispusieron los palomos y los de tono porcelana, y al final, cerrando la columna -como guardas de honor de la bandera amarilla de la diócesis - los amarfilados.
Los diez más hermosos caballos blancos aperlados, se reservaron para los mejores chalanes, sin importar si eran o no autoridad, con el fervoroso propósito de escoltar a “Satanás”, el brillante negro azabache patiblanco de lucero en la frente, que montaría Monseñor, recurso para hacerlo, por contraste, más visible para los fieles de a pie, que verían desfilar la cabalgata.
Luego se formó la columna de los caballos negros. Primero los azabaches. A continuación los retintos, zainos, morcillos y peceños. Luego los rucios y los tordos. Detrás, el grupo de rosillos, con sus pelos entrecanos. Y desgranándose por tonalidades, los bayos blanco-amarillentos, ruanos, alazanes claros, seguidos de alazanes tostados, los color nuez tras los de tono maní, y así, zainos, castaños y moros.
A las diez de la mañana se dio la orden de montar y sin importar procedencia, amistad, familiaridad o compadrazgo, se organizaron las columnas por colores.
Aquí estaban todos los caballos.
Corceles descendientes de aquellos en cuyos lomos se apoltronaron los magros culos de los “dioses” conquistadores. Rocines herederos de los mismos genes de esos sesenta potros berberiscos que cuatro siglos atrás se aventuraron con el Adelantado Jiménez de Quezada por estos territorios -saqueando tumbas, lanceando indios y desvirgando indias, con el pretexto de ampliar las fronteras del reino del Señor- caballos andaluces de cabeza pequeña y frente convexa. Nerviosos. Trocheros y galoperos. Pasofinos. De saltones ojos negros. Briosos, ágiles y armoniosos. De orejas pequeñas y ollares dilatados. Bajos de alzada, pero de pecho generoso. Con grupa y cola al mismo nivel. Y de piel lustrosa y fina.
Adelante se colocó la caballada de pelaje más claro. Nadie se explica de dónde diablos aparecieron tal cantidad de cuatropeos blancos. Resultaron tantos y contrastaban de qué manera contra el verde feraz de la vega, que aparecieron evidentes gamas y matices del mismo blanco. Entonces se promulgó la melindrosa orden de clasificarlos por tonalidades.
Mas de cien albinos, casi rosados, se formaron en la vanguardia. Luego se dispusieron los palomos y los de tono porcelana, y al final, cerrando la columna -como guardas de honor de la bandera amarilla de la diócesis - los amarfilados.
Los diez más hermosos caballos blancos aperlados, se reservaron para los mejores chalanes, sin importar si eran o no autoridad, con el fervoroso propósito de escoltar a “Satanás”, el brillante negro azabache patiblanco de lucero en la frente, que montaría Monseñor, recurso para hacerlo, por contraste, más visible para los fieles de a pie, que verían desfilar la cabalgata.
Luego se formó la columna de los caballos negros. Primero los azabaches. A continuación los retintos, zainos, morcillos y peceños. Luego los rucios y los tordos. Detrás, el grupo de rosillos, con sus pelos entrecanos. Y desgranándose por tonalidades, los bayos blanco-amarillentos, ruanos, alazanes claros, seguidos de alazanes tostados, los color nuez tras los de tono maní, y así, zainos, castaños y moros.
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